Volutas pasajeras


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miércoles, 5 de mayo de 2010

Cuervo

Cuervo tamborileaba una canción con un par de dedos sobre la mesa de clase. Esa hora se le antojaba interminable. Había intercambiado miradas a su reloj de pulsera como una treintena de veces, pero la manecilla tenía ganas de jugar; incluso le había parecido que retrocedía un par de minutos cuando él se despistaba.

Tenía un mal día. De esos que aunque quieras apartarlos se te echan encima como una araña a su presa. Era una buena comparación, una gran telaraña que se esparcía en todas direcciones. Muchas, muchísimas direcciones.

No tenía ganas de darle más vueltas a todo eso, así que se dedicaba a pasar el rato como podía. Intentaba distraerse con cualquier cosa, ya fuese dibujando, tarareando una melodía o contando los chicles que lograban no desengancharse del techo.



Su clase no era más que otra pirámide alimenticia. Estaban los devoradores, pequeños narcicistas que creían reinar sobre el resto; los modernos, un grupo que se alimentaba a base de nueva tecnología y estudiaban con móviles, reproductores de música y agendas electrónicas; los naturales; los que a simple vista parecían normales y luego criticaban más que todo el instituto entero; los "Que te jodan", una banda muy simpática que conversaban con monosílabos y sus nudillos; el grupo de chiquillas modélicas y las que las secundaban; los cerebritos; los comechicles y los soñadores empedernidos como él.
Se dejaba muchas variedades más, pero que importaba, si siempre sería lo mismo.

Su cabeza ardía más que la mismísima lava. La cuotidianidad era una constante. Pero mucho peor era que esa constante desencadenase en un gran volcán.

- ¿Quién me puede contestar a la pregunta? -una vez más, la profesora demostraba el ímpetu día tras día, pues la clase no era más que un parque infantil de dicesiéis años. - Venga, Cuervo, respóndeme tú -parecía más una súplica que una obligación.

Un par de imbéciles se divertían tirándole la goma a la sien y riéndose como cerdos.
El móvil comenzó a vibrarle con mayor intensidad. Le llamaba su madre, de nuevo. Que pesada, no la iba a perdonar, estaba cansado de lidiar una batalla continua con ella.
A lo lejos, una chica que tenía más pinta de palillo que de persona le guiñó el ojo con complicidad.
Sí, la había ayudado hacía un par de horas a resolver sus grandes problemas. Aquellos que relacionaban la mierda de vida y el suicidio con la ignorancia de un chico que la hacía flotar.

Cuervo se puso en pie. Su collar se balanceó por unos segundos y las plumas negras le causaron un leve cosquilleo.
- Que le jodan.

Toda la clase se quedó muda. Era la primera vez que el silencio llegaba a escucharse con tanta nitidez. Cuervo había hecho un prodigio, había conseguido domar a las fieras y había demostrado que con la impertinencia no se consigue nada.

- ¿Cómo, he escuchado bien? -quizás los profesores fuesen idiotas a la hora de enseñar y saber como bregar con los alumnos, pero cuando los ofendías era harina de otro costal.

- Me refería al mundo, no a usted.

- ¿Y esperas que me lo trague? -se acercó dibutativa. Nunca la había visto de ese modo.

- ¡Pues escúpalo! -gritó uno de la última fila. La clase rio sin gracia.

Cuervo inhaló una bocanada de aire y cambió su mirada. Parecía decidido a no parapetarse detrás del miedo.

- Mire señora Plim, a usted le toman el pelo cada día y la llevan por el camino que quieran. Necesita personalidad, algo de dureza y algun que otro sueño por el que luchar. No creo que le entusiasme el hecho de estar impartiendo clase a una veintenta de animales. El libre albedrío de esta clase se asemeja al caos del exterior. Aquí todo el mundo va de algo que no es e intenta por todos los medios encajar para ser reconocido en una etapa más de sus inútiles vidas. Y los únicos que intentamos ser nosotros mismos se nos aplaca de tal manera que acabemos convertidos en esclavos de ellos mismos, otros esclavos aún mayores que nosotros de la misma sociedad. A mí no me va a amedrentar con una sucia mirada y algo de pavor. Y vosotros no me vais a transformar en algo más que mierda. Le ha tocado escuchar el discursillo a usted, y se que luego, inmediatamente, seré expulsado un par de semanas, pero almenos habré sido lo suficiente valiente como para decir que ser diferente es lo mejor que me ha pasado en la vida.

Ahogó un suspiro y cerró con un portazo la puerta de clase. Durante las semanas que fue expulsado, el silencio que había creado en aquellos minutos duró en todas las clases de la señora Plim.

Cuervo no había cambiado el mundo, pero había aportado al mundo un pequeño cambio.




Yu. Tejido en contra de éste mundo #1.0

3 comentarios:

  1. Sinceramente, en ocasiones quisiera ser como Cuervo, la verdad...

    Un beso desde Francia.

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  2. Acabo de ver tu blog y la verdad es que me encanta. Escribes muy bien y, concretamente, este relato me ha gustado mucho. Cuánta razón lleva Cuervo... Y que bueno es sentirse diferente.

    Besos

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  3. Si, no hay que tener miedo a ser diferente. Lo peor que se peude hacer es cambiar por los demás. Por esos "demás" que no han hecho nada por tí, ¿Porqué vas a hacer tu algo por ellos?

    Un besito de ensueño =)

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