Volutas pasajeras


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jueves, 5 de agosto de 2010

Caer en la calle


"Si tomar mi propia decisión es casi la única libertad real que me queda.
El cuerpo se va contigo recogiendo cosas del suelo, cosas que los otros no quisieron. Encuentro trozos de vida, trozos de cuentos, trozos de plástico, latas y recuerdos. Trozos de trozos, trozos en cuerpo, cuerpos en trozos."


Aporrea afanosamente la cabina telefónica por si el azar le ha dejado algunos céntimos atragantados dentro del quisquilloso telefonillo. Ni una moneda, nada de nada.
Escruta la calle, todos los rincones, cada callejón, angostos, amontonados, pobres o ricos. Cualquier lugar con un par de cartones y alguna pared para cubrir del frío le aprovisionaría durante una noche. Otra noche con vida.
Acaba parapetrándose tras unos muros de hormigón con la sola iluminación de una luna medio mordisqueada y calentándose con sus miedos y sus pavores.
Se sobresalta en plena madrugada por el vocerío de un grupo de jóvenes ebrios que juegan al viejo juego de las piedras y el vagabundo. Intenta asfixiar sus temores y seguir respirando el hedor que desprende su ropa.
Le vuelven a tirotear y esta vez el cuerpo del anciano queda desgarrado y con la ropa y la piel hecha jirones. Él se atrinchera tras las cajas de cartón y pide compasión.
El más iniciativo del grupo quiere dar un paso más, quiere destacar, lo desea.
Tras un par de patadas, una ración de escupitajos y una horda de insultos, el muchacho saca de su bolsillo un encendedor. Lo enciende, lo apaga, lo enciede, sopla, se ríe y lo lanza.
Se van corriendo dejando atrás una trastada. Corriendo hacia sus casas, con calefacción, cama, comida, aseo y un techo donde vivir. Abandonando al raso a alguien como ellos, no, no como ellos, alguien con mucha más humanidad.

Con las manos ennegrecidas y una tos de caballo logra escapar de la hoguera que antes había sido su hogar. Aunque eso es lo bueno que tiene vivir en la calle, que cada día puedes encontrar una nueva vivienda, un nuevo sitio donde vivir... o quizás sería mejor el término sobrevivir.
Despojado de ganas de ser, de subsistir como un sinónimo de basura, de arrastrarse en sociedad, de mendigar de un lado para otro como si de una rata se tratase, de una existencia vacía, de ganar cuatro duros que se acaban asentando en los bolsillos de los demás, dejando los suyos sucios, vacantes y tristes. Cuanta tristeza.

Le sonríe a una pequeña que aglomera toda la tierra posible en su cubo. La niña le devuelve el gesto mientras sacude el cubo y lo derrama todo en forma de castillo. Su madre, mira en derredor y se le encoje el corazón al ver como ese señor con esa indumentaria y esos dientes amarillentos le sonríe a su hija. Le mira con asco, transmitiéndole todo el mal del mundo en una sola mirada. Acoje a la cría entre sus brazos y se la lleva lejos de allí, lejos de aquel señor tan feo, tan extraño y desconocido.

Él se abriga con sus brazos, infundándose calor en aquel día cerrado. Se queda en ese banco, como otros muchos, tratando de pasar el tiempo, examinando el día y sus caras oscuras. Se queda en ese banco, con la barba enmarañada, el cabello cerdoso, con bolsas en los ojos y una mirada perdida, más allá del roce entre lo humanamente posible y la sensación de vivir sin ser. De pasar por un trance apático por siempre más.

Y él, allí, sin nada ni nadie, sólo desea un abrazo, un calor humano, un triste amigo y un motivo por el cual seguir.



Yu. Tejido abandonado #1.1

3 comentarios:

  1. Que triste y cuanta crueldad...
    Tan cierto por estos dias que forma una parte segura de la sociedad.

    Besos!

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  2. ¡Vaya!
    Cuanta verdad hay en esta entrada (al igual que tristeza)

    ¡Beso Parisino(h)!

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  3. Bueno, mira quien hay por aquí. Al menos ahora sé que estás vivo!

    Suerte!

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